Érase una vez
Hace mucho tiempo, vivió en Serendip, en el Lejano Oriente, un poderoso rey llamado Giaffar. Tenía tres hijos a los que amaba profundamente. El rey les dio la más delicada educación para que acompañaran a su poder todas las virtudes que son necesarias a un príncipe. Fueron adornados con la sabiduría y la maestría en las artes y alcanzaron el dominio de todas las ciencias. Aun así, su padre pensó que la sabiduría de los príncipes no estaría completa hasta que no caminaran por el mundo y conocieran a sus gentes, así que les hizo emprender un viaje.
En su camino se toparon con las huellas de un camello, a la vista de las cuales supieron deducir que el animal estaba cojo, ciego de un ojo, le faltaba un diente, llevaba a cuestas una mujer embarazada y, además, acarreaba miel en un lado y mantequilla en el otro. Poco después, un mercader que había perdido el camello, les preguntó por él, y ante la respuesta tan meticulosa de los tres príncipes, los acusó de habérselo robado.
Los príncipes fueron llevados a presencia del emperador Beramo. Este les preguntó cómo pudieron saber con exactitud tantas cosas sobre el camello sin haberlo visto nunca y ellos le refirieron sus deducciones: El camello había comido hierba del lado del camino en que esta era menos verde, así que debía haber sido ciego de un ojo. Había a lo largo del recorrido montoncitos de hierba masticada, del tamaño del diente de un camello, que debieron caer por el hueco del diente que le faltaba a éste.
Las huellas mostraban que arrastraba una pata, así que debía de ser cojo. Había hormigas en un lado del camino, atraídas por la mantequilla derretida, y moscas en el otro, comiendo la miel derramada. Junto a las huellas del lugar en que el camello se había arrodillado, estaban las de unos pies y, junto a ellos, orina de una mujer. Había también huellas de manos, por lo que supusieron que la mujer estaba embarazada y tuvo que apoyarse en sus manos al orinar. El juicio se vio interrumpido por el anuncio de que el camello había sido encontrado. El emperador Beramo, encantado por la sabiduría de los tres hermanos, los despidió colmándolos de regalos y ellos siguieron sus aventuras.
Este es el episodio más conocido del antiguo cuento persa llamado Los tres príncipes de Serendip. Serendip es el nombre persa de Sri-Lanka, y el cuento es el origen de la palabra serendipity, traducida como ‘serendipia’, que es una forma en la que los ingleses y otra gente moderna tienen de referirse a eso que llamamos casualidades.
La fama del cuento en Occidente se debe en gran parte a Voltaire, que lo usó en su celebrada obra Zadig, y contribuyó así al origen de la ficción detectivesca. EL Zadig de Voltaire contribuyó también a la autocomprensión del método científico. Me explico: no sé si han oído hablar de Thomas Huxley, que fue un arrojado defensor de Darwin y su teoría cuando no era nada popular defender al bueno de Charles. Por cierto, que el apellido de Huxley les suena, ¿verdad? Sí, Thomas, de los Huxley de toda la vida, era el abuelo de Aldous, el de Un mundo feliz, y de Andrew, que ganó el premio Nobel por sus estudios sobre la transmisión de los impulsos nerviosos.
Además, nuestro Thomas acuñó los términos agnóstico y agnosticismo, casualmente. Bueno, pues el caso es que este hombre tan moderno fue el primero que habló del método Zadig en ciencia. Con ello se refería a la forma de obtener conocimiento de los hallazgos casuales, las coincidencias felices, eso que ahora los modernos llaman serendipias. El método Zadig no es más que la expresión de la asunción cotidiana de que todo hecho, todo acontecimiento que podemos observar, tiene una causa o una serie de causas que producen tal efecto.
Los científicos son, en muchas ocasiones, algo así como Sherlock Holmes de la realidad. Reconstruyen hacia atrás el camino de causas que llevan a efectos aparentemente casuales e identifican mecanismos de forma que los podamos controlar y reproducir
Seguramente no fue Fleming el primero en ver a los hongos arruinar su cultivo de bacterias. Seguramente no fue Röntgen el primero en tener enfrente los poderosos rayos X, ni tampoco fue Percy Spencer el primero que vio cómo se le derretía una chocolatina en su bolsillo estando junto a un magnetron. Pero ellos sí que fueron los primeros en ir en serio detrás de las causas de aquello que observaban, tratando de reconstruir la cadena de porqués. Y por eso tenemos hoy penicilina, radiografías y hornos microondas, entre otras muchas cosas descubiertas ‘por casualidad’.
Y así es como muchas veces funciona la ciencia. Mucho más frecuentemente de lo que creemos. Huxley lo llamaba, de forma hermosa, la ‘profecía retrospectiva’. Los científicos son, en muchas ocasiones, algo así como Sherlock Holmes de la realidad. Reconstruyen hacia atrás el camino de causas que llevan a efectos aparentemente casuales e identifican mecanismos de forma que los podamos controlar y reproducir. Como Zadig y su método detectivesco. Realmente podemos decir que los científicos son, en nuestros días, los verdaderos príncipes de Serendip.
Texto extraído de la web https://www.yorokobu.es/serendipia-ciencia/
Escrito por Eduardo Sáenz de Cabezón.